domingo, 11 de noviembre de 2007

Un oficio extraño

Pino tenía un don especial y él lo sabía, desde que nació, su madre le dijo que su risa lo haría famoso, y él le creyó.
Con los años fue practicando frente al espejo, en una vidriera de una calle cualquiera, en una ventana, donde su rostro se reflejara, allí el ensayaba su sonrisa y, cosa extraña, la gente que lo veía, de inmediato se contagiaba y comenzaba a sonreír. Esa era su felicidad, su vida se llenaba con este simple gesto.
Su sonrisa no era gran cosa, pero cuando ocurría, parecía que el sol iluminaba aquel rostro poco agraciado por la naturaleza, y de inmediato, como si fuera magia, la persona que estaba cerca de Pino se contagiaba, y el día se tornaba bueno más allá de cualquier problema.
Lentamente se convirtió en el “sonreidor oficial” de aquel lugar, y allí donde fuera necesario una alegría, un gesto amable, allí estaba Pino. Nunca se negaba, siempre dispuesto a brindar felicidad y a no esperar nada a cambio.
Un día cualquiera, como de costumbre, Pino realizaba su trabajo en el cumpleaños del ciudadano más anciano del pueblo; un hombre muy bien vestido se acercó y le ofreció un trabajo en un canal de televisión de la ciudad vecina, ya que había escuchado de su fama y “le interesaba su don”.
La oferta tentó a Pino, y sin pensarlo demasiado, se marchó a la ciudad en espera de aquella promesa, por más que el pueblo entero le pidió que no se marchara, Pino se fue y el pueblo entristeció.
La ciudad lo deslumbró y la televisión lo atrapó. La fama es una amiga que llega rápido pero que no le importa la traición. Cada día era una aventura y parecía que aquella ciudad sería suya para siempre, y todos sus compañeros lo halagaban y se decían amigos...
Ese sábado había programa en vivo, siempre era grabado, más no esta vez. Los nervios de Pino cruzaron el cielo, y le jugaron una mala pasada. Se equivocó en un acto y la televisión no se lo perdonó. Todos se rieron, se rieron feo, se burlaron, y Pino, que no sabía de risas falsas se fue. Enojada, triste y arrepentido de no haber escuchado a su gente, que le pedía que se quedara.
Tenía miedo pero regresó a su pueblo, no sabía si todavía lo recibirían, no sabía que haría ahora, cuál sería su trabajo, pero para su sorpresa aún lo esperaban. Serios, tristes, pero lo esperaban, y cuando Pino apareció por aquellas calles que eran suyas, por aquellos rostros que ya conocía, el sol se asomó y el pueblo entero sonrió.
Una brisa de alivio recorrió las calles de aquel lugar y Pino comprendió que aquella fama de la que le hablaba su madre, no era volar alto, ni grandes gestos, sino tan simple y fácil como brindar a su gente una sonrisa franca y sincera, que alegrara sus días.

Sandra Domínguez
3roB

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sandra la verdad muy lindo tu cuento, no y muy original el nombre del actor principal jejeje.No de verdad esta de +.